EL SILENCIO DE LAS PIEDRAS

                                        

El color en las piedras no es gratuito, nos revela mucho de la energía que posee el mineral y de cómo eso puede interactuar con nosotros, los humanos.

A menudo las personas nos sentimos atraídas por uno u otro color, tanto si se trata de elegir un vestido, una fruta o un pintura para nuestro hogar. Y solemos hacerlo por intuición, porque nos enamoramos de ese color y lo que instintivamente nos trasmite. Con los minerales pasa lo mismo. 

¿Qué sensación te trasmite esta imagen?. Yo no paro de mirar de izquierda a derecha y de arriba a abajo en un intento de absorber todo ese colorido que se me presenta a modo de cesta de frutas. Pero al cabo de un rato de mirarlo, me voy quedando en una o dos piedrecitas y casi, casi al final, me recreo y aposento en una sola. 

Casualmente (o no) esa es la que seguramente me conviene más en este momento. Porque aunque no lo sepa de una manera totalmente consciente, quizás a mí me esté faltando en este momento algo de lo que a ella le sobra, porque ella está henchida de sí misma, rebosante de esa energía que trasmite a través de su vibrante color, resultado de una mezcla exacta y particular de diversos elementos químicos, ya que en el fondo, no son más que energía en movimiento, lenta, muy lenta, pero en movimiento.

Como todo en el universo, las piedras no están estáticas aunque lo parezcan, claro que no corren que se las pelan como las liebres, ni tampoco echan raíces, troncos y ramas de una manera visible para el ser humano como lo hacen los árboles, pero sí que vibran y se forman y crecen a a su manera a lo largo de miles o millones de años. 

Cuando pienso en todo ese tiempo que han tenido que pasar estas ágatas dentro de la tierra, sometidas a presiones y temperaturas imposibles, y en la paciencia, la perseverancia, la flexibilidad, la capacidad de adaptación, la resistencia, elasticidad, fortaleza y solidez..., en suma, en la llamada resiliencia como se dice ahora, que demuestran estas criaturas (si, para mí lo son), y todo ello en un aparente frío silencio, me embarga una honda emoción y dirige mi mirada a todas esas almas humanas que sufren en silencio, agobiadas por las duras presiones diarias impuestas a golpe de miedo y dolor, esos seres humanos callados, silenciosos, sometidos a altas temperaturas de ansiedad y de locura, escondidos en sus oscuras cuevas del pensamiento, esperando que la magia de la vida obre su milagro, y aunque tarde, llegue algún día lejano en el que puedan por fin salir a la luz y mostrar toda su belleza y color, sus texturas fraguadas a golpe de eternidad, sus potentes y misteriosas energías conformadas en soledad y sus bellas almas de luz, tejidas en las entrañas oscuras de la tierra, (sí, de luz, que es lo que en el fondo somos todos en el universo), para goce y disfrute de quienes miramos y disfrutamos de su existencia. 

Esa callada existencia de las piedras y de las personas, me conmueve profundamente y lejos de dejarme indiferente, me hace respetarlas aún más a  ambas. Todos tenemos nuestras hojas de ruta en esta existencia, y espero y deseo que cada uno de nosotros, ya seamos galaxia, estrella, árbol, animal, piedra o persona, consigamos llegar a nuestro destino.




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