LA COSMÉTICA A TRAVÉS DE LA HISTORIA
Los perfumes eran confeccionados en su mayoría a base de sésamo o vino, ya que el arte de la destilación aún no estaba descubierto. El “kyphy”, por ejemplo, era un perfume sagrado usado para el embalsamamiento de cuerpos, y sus componentes originales consistían en: mirra, ciprés, canela, junípero, miel y pasas macerados en vino (uhmm… nada mal para estar muerto)
Muchos de los aceites aromáticos eran usados para frotar el cuerpo y suavizar la piel o bien como componentes del baño. Para preparar estos aceites, a menudo se importaban ingredientes tales como resinas olorosas, raíz de lirio, madera de sándalo y madera de cedro, los cuales se mezclaban posteriormente con las hierbas lugareñas.
Este refinamiento en la composición de sus cosméticos fue después adoptado por otros pueblos, ya que resultaban sumamente agradables. Por otra parte, los mesopotamios, también tenían mucha habilidad en la fabricación de cosméticos, y eran muy meticulosos con su aseo personal, usando para ello numerosos zumos de plantas, dátiles, piñas de pino y tamarit.
Sin embargo en Grecia eran poco amigos de esas fruslerías. A parte de las cortesanas que se decoraban en exceso para proclamar su profesión, las demás mujeres eran reconocidas únicamente como procreadoras y administradoras del hogar y el uso de cosméticos se limitaba a un colorante sutil en los labios y mejillas (probablemente derivado de la planta “palomilla de los tintes”), y al uso de minerales y zumos de plantas para cambiarse caprichosamente de color el cabello.
Los romanos también tomaron muchas ideas de los egipcios. Al contrario que las griegas, las romanas usaban una gran cantidad de cosméticos. El tinte de pelo era de lo más habitual; las lejías se hacían con mezclas de jabón, pero dado que el pelo de los romanos era mucho más débil que el de los germanos y los galos, de quienes copiaban las recetas, los romanos lo perdían, y por ello tuvieron que inventar las cremas acondicionadoras para intentar recuperarlo. Una de las recetas más conocidas contenía una mezcla de pimienta con caca de rata….¡¡¡....!!!
En fin, que dado el poco éxito que tuvieron estas cremas decidieron inventar las pelucas hechas con las cabelleras de los germanos y de los galos prisioneros.
El vello corporal era suprimido con una mezcla de arsénico y sosa o simplemente frotándolo con una piedra pómez. El gran poeta Ovidio decía entonces que "cuando una mujer romana iba a la cama cubría su cara con una máscara hecha de harina de cebada, judías, huevos, bulbos de narciso y miel” (¡cómo quedaría esa almohada, madre mía!...) Así pues, el día empezaba limpiándose la mascarilla de la noche anterior con agua perfumada y los dientes con polvo de pómez y vinagre.
El también poeta romano Juvenal contaba a su vez, que "el sudor de lana de oveja" era muy bueno como crema de noche, que dicho así suena un poco desagradable, pero es lo que hoy se conoce por lanolina.
Para compensar lo de la oveja, el noble arte del baño (originario de Egipto),alcanzó su cénit en la época romana. Las casas de baños públicos eran muy comunes, pero solo los ricos podían permitirse tener un baño en casa. Bañarse era un acto de gozo en sí mismo: el agua se perfumaba con agua de lavanda de Alemania o de rosa y mejorana. Y aunque parezca extravagante (sobre todo a los intolerantes a la lactosa), también se prodigaban los baños con leche, como los que se hacia la coqueta Popea, segunda mujer de Nerón, quien tenía un rebaño de 500 burras especialmente para ello.
El caso es que el jabón no empezó a usarse hasta cien años después de Cristo, y más por razones de salud que por placer. Consistía en una mezcla de aceite de oliva y polvo de pumita o piedra pómez. Después del baño, se aconsejaban fricciones con aceites fragantes y crema.
Cuando una mujer estaba limpia y perfumada, el siguiente paso era maquillarse de blanco como era costumbre entonces. Esto se hacía con polvo de plomo mezclado con tiza. Los ojos se delineaban con kohl y los labios y las mejillas se coloreaban con ocre rojo. Para finalizar, un esclavo peinaba y adornaba sus cabellos o peluca y les ponía el vestido (como en la pasarela Cibeles)
Pero mientras los romanos arruinaban sus cabellos y su organismo con estos métodos, las mujeres indias avanzaban en las artes de la cosmética y del atractivo personal a través de la salud. El baño y el maquillaje tenían un sentido religioso para ellas y ser atractiva era muy importante.
El agua la perfumaban con patchuli, jazmín o sándalo; después del baño, numerosos aceites perfumados y de colores vistosos, se frotaban en la piel para perfumarla, suavizarla e incluso aclarar el color de la misma. Los ojos se optaban con kohl mezclado con aceite, los labios se coloreaban con bermellón y las plantas de los pies y palmas de las manos se teñían de henna.
En la Penísula Ibérica, las sucesivas culturas que la poblaron dejaron su huella. Por ejemplo: los árabes introdujeron el ritual del baño y el culto de la presencia física; los gitanos, procedentes de Egipto y Mesopotamia, nos dejaron costumbres (paganas para los católicos) pero muy interesantes, de cómo embellecer y curar numerosas partes del cuerpo, ya que conocían muchas recetas herbales.
Después, con la expansión del Cristianismo, el adorno personal fue considerado como algo banal y recordatorio de la corrupción del Imperio Romano y se perdieron muchas recetas de cosméticos y perfumes, que gracias posteriormente a las brujas de la edad media, se pudieron rescatar y perfeccionar por el consabido método de ensayo, prueba, error.
Las mujeres del medievo se sentían intimidadas creyendo que su cuidado personal era algo pecaminoso y que la vanidad era la madre de “todos, todos, toditos” (que tampoco es eso)
Pero en el siglo XV las mujeres de la corte francesa empezaron a desechar sus miedos y el uso de los cosméticos empieza a implantarse también en otras cortes de Europa. Las caras pasaron a blanquearse con “plomo en polvo, azufre, boro, polvo de alabastro y almidón perfumado con clara de huevo”. Las mejillas se coloreaban con ocre rojo y los ojos se pintaban con crema de cochinillas de humedad (el bichito ese que se hace bola), mezclado con goma arábiga y clara de huevo. Los ojos se agrandaban y se abrillantaban con gotas de belladona y se enmarcaba con kohl. El cabello se enrojecía con henna y se doraba con ruibarbo en vino o con enjuagues de agua de azafrán. Además, era la moda de afeitarse el flequillo y quitarse las cejas.
Por otra parte, en Inglaterra, la moda era que los caballeros se tiñeran las barbas con un tinte hecho de rábanos y hojas de alibustre, como el color del pelo de la reina Isabel I.
En Francia, en cambio, Enrique III usaba mascarillas cada noche con arena y clara de huevo, enjuagándose después con agua perfumada. Él fue quien comenzó la moda del uso masculino de perfumes y lociones para la piel (un metrosexual en toda regla)
Aunque los jabones de esa época eran poco refinados y no eran buenos para limpiar la piel, María Estuardo, tenía la costumbre de bañarse en vino y como resultado de ello, lucía una piel blanca y muy fina (hoy en día hay balnearios de vino, como el de Peralada)
La poca limpieza corporal de la época se hacía con aguas florales, con muchas hierbas pero con poco jabón. Entre la aristocracia, se hacía una vez al mes, y entre las clases medias una vez al año, “se estuviese o no, sucio” exclamaban orgullosos…
A comienzos del siglo XVIII ya había libros sobre hierbas que incluían recetas de belleza para las mujeres, instruyéndolas en el arte de aclarar su cabello con zumo de limón; cómo quitar las pecas con agua de saúco, salvia o álamo; o cómo limpiar su cutis con resinas y sus dientes con polvo de goma de tragacanto y polvo de alabastro. También incluían diversas recetas de baños de leche e hierbas tales como el romero, las violetas, las ortigas y el hinojo.
Hacia el 1709 se inventó lo que más tarde se conocería como “agua de colonia”. Ésta era una mezcla de alcohol puro, bergamota, aceite de limón y naranja, receta que ha cambiado poco hasta nuestros días.
Otras dos “eau de toilette” populares fueron el agua de lavanda y el agua de Hungría, hecha ésta de romero, naranja, agua de rosas y alcohol, al parecer de una receta que le regalara un ermitaño a la princesa Isabel de Hungría.
Los hombres y las mujeres de esa época llevaban maquillajes muy elaborados. Fue la época de la belleza extremadamente artificial ya que las máscaras gruesas de polvo eran para esconder las cicatrices de la viruela. Lo malo es que las personas sanas también se apuntaron a la moda y de esta manera se obstruían los poros y se deterioraba rápidamente la piel unos y otros. De hecho, muchas bellezas de la época fallecieron a causa de las intoxicaciones de ese polvo de plomo.
En el siglo XIX, la bailarina Lola Montes, de gran popularidad en España, experimentó las torturas de las damas de la época. Y solía contar que algunos de estos ingenios no solo eran dolorosos sino ridículos. Por ejemplo: “he conocido a algunas damas que duermen cada noche con sus manos colgadas de los barrotes de la cama con poleas para sujetarlas, esperando así que se volviesen pálidas y delicadas. Las más meticulosas, tanto francesas como españolas, tenían la costumbre de usar guantes llenos de pomada hecha de jabón, vinagre, grasa de cerdo y vino”...
Gracias a Dios, a finales del siglo XIX, con los avances médicos en los conocimientos sobre la higiene, comenzaron a tomarse baños con más frecuencia y a usarse menos cosméticos dañinos. Al cambiar la moda, las mujeres empezaron a tener un aspecto más natural y los hombres a parecer más viriles. Los cosméticos empezaron a fabricarse con productos más naturales y menos insanos, con la finalidad no de esconder, sino de mejorar la condición física.
La costumbre de hacer cosméticos caseros fue perdiendo su difusión para dar paso a los productos de la industria cosmética, la cual la cual, a fuerza de una gran publicidad, incitaban al público hacia sus firmas.
En el siglo XX, el consumo de cosméticos aumentó y no solo era usado por las clases altas como antaño, sino a todos los niveles sociales. Pero con la competencia, las cosas se tergiversaron un poco y la publicidad a menudo prometía cosas que luego no se cumplían y a precios astronómicos, abusando de la imagen de natural. Aunque lo peor era, y es, que en su composición, estos cosméticos llevan gran cantidad de productos químicos o de materias animales, muchas veces en extinción.
Y sinceramente uno se pregunta que qué necesidad hay de ello cuando la riqueza que nos ofrecen las plantas, cultivadas de forma natural, e incluso de una manera lo más ecológica posible, nos da tan buenos buenos resultados y a un precio muy adecuado.
Creo que se trataría de encontrar el punto medio entre un lógico beneficio derivado de ese proceso y un desproporcionado coste de esos productos, entre la vanidad exacerbada y el lógico y deseable cuidado y embellecimiento de la piel, entre la modernidad y el progreso y la sabiduría ancestral de las plantas, vaya, entre lo viejo y lo nuevo, y disfrutar de todo ello.
Por suerte creo que hoy en día se ha llegado ya a ese punto, y existen numerosas firmas de cosméticos que cuentan con métodos muy naturales de producción y materia prima de primera calidad, a unos precios razonables, con resultados muy convincentes y con una amplia gama para cuidar y embellecer la piel de la cara, el cuerpo, el cabello y las uñas. Una cosmética que da prioridad a la alimentación sana, a unos hábitos saludables y a una conexión y armonización del conjunto del ser humano: cuerpo, mente y espíritu.
Aunque sinceramente, quizás no hayamos inventado nada, el ayurveda ya hablaba de ello en sus textos vedas unos cuantos milenios atrás.
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