EL INCIENSO, UNA EXPERIENCIA ATÁVICA
Desde la antigüedad, el ser humano ha dependido de su olfato para sobrevivir, ya fuera para detectar la presencia de bestias feroces y huir de ellas, para prevenir no ser alcanzados por una fuerte tormenta o para distinguir aquello que era comestible de lo que no lo era. Y esto era posible porque entonces la conexión que tenían con la naturaleza era mucho más intensa que ahora. La mayoría del tiempo se la pasaban en el exterior cazando, recolectando, o desplazándose de un lugar a otro más conveniente. Así les resultó más fácil observar las plantas, los árboles, sus flores y el olor que se desprendía de todo eso cuando las quemaban.
Pronto nuestros antepasados empezaron a notar los efectos de estos olores y a distinguir diferentes efectos dependiendo de lo que ardía. De ahí a nuestras actuales barritas de incienso han pasado miles de años pero la maravilla de dejarse envolver por los efluvios aromáticos de las resinas, las plantas, las flores y demás maderas sigue vigente, y la conexión con niveles más elevados y sutiles que nos produce al respirarlos nos eleva por encima de nuestra, a veces, roma realidad.
Hay olores que emocionan, que empatizan, que alegran, que serenan, que equilibran, otros ayudan a meditar, a concentrarse y a ver con otros ojos, y si nos dejamos llevar por la intuición, en cada momento encenderemos los que más necesitamos.
Evidentemente un incienso ha de ser lo más natural y genuino posible, haber estado hecho con respeto y amor y ser ofrendado con propósito elevado para nuestros pequeños rituales.
Un ritual es una acción que se repite siempre del mismo modo y que nos ayuda a encontrar la atmósfera adecuada para nuestra intención. Estos rituales nos tranquilizan y nos calman y existen desde el origen de la humanidad con diversos fines:
- dejar ir algo que nos preocupa (ámbar, mirra dulce, romero, benjuí)
- conseguir un sueño profundo y reparador (olíbano, sándalo, lavanda, mirra, rosa)
- contactar con los espíritus sutiles de la naturaleza (enebro, verbena, canela, mirra)
- reconectarnos con nuestra propia energía (vetiver, mirra, jazmín, sangre de dragón, olíbano, sándalo)
- crear una atmósfera mágica para el amor (benjuí, rosa, pachuli, jazmín)
Aunque si algo no debe faltar en una casa es el aroma de la hierba sagrada de salvia blanca.
El incienso de salvia, es un potente purificador, expulsa las energías negativas, los demonios de las enfermedades y las criaturas astrales inferiores. Crea un anillo protector en el espacio en el que se difunde y al mismo tiempo tiene el poder de iluminar la consciencia y de liberarla de los posibles apegos. Según los ancestros indios, quemar un manojo de salvia moviéndose alrededor de una persona, realizando la forma del ocho en su aura, libera y purifica dicha aura de cualquier tipo de posesión diabólica que padeciera.
El cedro, en cambio, es un protector fuerte pero dulce. Ilumina nuestra mente, potencia nuestra intuición y renueva la confianza en nosotros mismos. Su aroma limpio y delicado, parecido al incienso, nos proporcionará un buen reposo nocturno y nos pondrá en comunicación con los planos más elevados, los cuales no atraen a los bajos astrales. Antiguamente, las camas hechas de madera de cedro se recomendaban para combatir la aparición de microbios en los colchones y las polillas, lo cual aumentaba la sensación de bienestar al dormir.
Pero si hay un aroma maravillosamente dulce, cálido y aromático, es el de la madera santa o palo santo de Sudamérica, comparable al sándalo de la India. Este aroma posee también la fuerza de expulsar las energías negativas y además llevarnos a un estado de meditación profunda, ya que calma el flujo de los pensamientos, ayuda a deshacer los miedos, relaja y nos abre a vivir momentos espirituales de gran intensidad.
En fin, que hay cientos de aromas mágicos y sorprendentes que nos ayudan a experimentar la vida desde una "perspectiva olfativa", la cual conecta directamente, a través del nervio olfativo, con nuestro sistema límbico y nuestro hipotálamo, y atañe a nuestras emociones. Así que podríamos decir que el simple gesto de encender un bastoncillo de incienso, es una experiencia de lo más atávica.
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