CULTIVAR, CULTIVARSE

 




Antiguamente, las plantas eran un instrumento de relación entre el hombre y el universo que las rodeaba. Se creaba así un vínculo entre  el “alimento” y el “alimentado”, aumentando tanto el conocimiento físico de las plantas y su experiencia práctica, como una conexión profunda de ser a ser, a un nivel más energético.

El hombre primitivo, al igual que los demás simios, fue vegetariano al principio, Seguramente conservaba ese instinto gracias al cual los animales salvajes conocen los alimentos que les perjudican. Pero al desarrollar las técnicas de elaboración de armas y de trampas, así como los procesos culinarios, amplió los territorios en los que cazaba. Durante su primera época carnívora continuó alimentándose de plantas silvestres, pero ya no le eran tan familiares como al principio, con lo que más de una vez, las consecuencias debieron ser fatales para los pobres.

Por otra parte, debido a los beneficios y daños que de las plantas se derivan, a menudo éstas formaron parte de sus mitos religiosos, los cuales constituían una explicación mágica del ciclo de las estaciones y de otros misterios naturales. Estaban convencidos de que existía una relación entre las plantas y las estrellas, ya que las plantas crecían y se morían siguiendo el ritmo de las estaciones, mientras las estrellas y los planetas recorrían el espacio.

En la actualidad, el hombre va a cazar básicamente a las estanterías y refrigeradores de los supermercados, y la pregunta es: ¿Cuántas de esas personas que comen normalmente alimentos preparados con cebolla y salvia serían capaces de reconocerlas si se las encontrasen en un paseo por el campo?…

Probablemente los que han nacido en las ciudades ya no lo hagan. La habilidad para cazar o para identificar las plantas benefactoras que tenían nuestros ancestros ha pasado a un segundo o tercer plano, ya no tiene ninguna importancia y tristemente hemos delegado esa responsabilidad en los que han decidido alimentarnos. De esta manera las personas desconocen los procesos utilizados para preparar su comida y son más vulnerables al engaño y a la desconexión con la tierra.

De pequeña soñaba que la auténtica revolución sería: una persona-un huerto. Que en las escuelas y parvularios se debería enseñar a cultivar un huerto con plantas aromáticas y medicinales incluidas, para que se enseñase desde esa tierna edad la importancia de plantar y ver crecer la vida ante nuestros ojos, la constancia y la paciencia que hay que desarrollar para mantenerla y el deseo de preservarla contra toda manipulación. Lo de los reyes godos y visigodos pasaría entonces a un segundo plano y lo de las guerras a ninguno, pero en serio,... ¿de verdad eso es tan importante?

Sin embargo, las plantas silvestres que daban comida y medicinas a nuestros antepasados, y en las que se basaba su vida religiosa, con el tiempo, pasaron en su mayoría a ser consideradas como malas hierbas. 

Los productos químicos empleados en el cultivo de los campos y el aumento de la población han ido robándoles cada vez más espacio. Aunque por suerte, en estos últimos años se ha ido reavivando el interés por las plantas y por las especias, y ya es muy común ver huertos colectivos a las salidas de los pueblos, y en el medio de algunas ciudades, al igual que en algunas escuelas y centros sociales en las que los jóvenes asistentes alucinan cuando se enteran de algunos "cotilleos" como que:

-“los dioses del Olimpo vencieron a los Titanes con ayuda de la hierba de la “invulnerabilidad” (al parecer, el hinojo)…

-que en el Antiguo Testamento, Raquel, la esposa de Jacob, superó su esterilidad y concibió un hijo gracias a la “mandrágora” (la cual decían que facilitaba el embarazo) que le vendió su hijastro Rubén…

-que el dios de los judíos les ordenó que condimentaran el cordero pascual con hierbas amargas, añadiendo así este detalle innovador a la dieta que ordenaba su religión…

-que según la mitología griega, el dios Apolo trató de raptar a una ninfa llamada Dafne, a la que salvó la Madre Tierra convirtiéndola en un laurel. Apolo, dios de la poesía, se consoló entonces tejiendo una corona con sus hojas y esa es la razón de que se homenajee a los poetas con la imposición de la misma...

-o de que en los textos Veedas dicen que los dioses hindúes alcanzaron la inmortalidad bebiendo la poción del “soma” (cuyo tronco era machacado para obtener su jugo y mezclado luego con cuajada, leche y agua de cebada o miel): ¡Hemos bebido el Soma, nos hemos convertido en inmortales, hemos llegado a la luz, hemos encontrado a los dioses!, proferían ufanos y un poco piripis los poetas védicos...

Además, el hecho de que antiguamente las personas sufrieran una muerte súbita o padecieran alucinaciones arrebatadoras resultantes de comer ciertas hojas o bayas, aumentó la creencia en el poder mágico de las plantas.

En el “Asno de oro”, una deliciosa novela romana, se describe el enorme respeto que tenía el pueblo a los que conocían todas las propiedades de las hierbas. El héroe de esta novela se enamora de la criada de una bruja, la cual se convierte de noche en búho después de comer ciertas hierbas. Al verla volar, el protagonista pide a su novia que le procure las hierbas a escondidas de la bruja. Pero la muchacha se equivoca y le convierte en burro. Después de pasar mil peripecias, logra recobrar la apariencia humana masticando pétalos de rosa.

En fin, un montón de historias curiosas que quizás puedan alentar a mentes jóvenes a conectarse más a la tierra y menos a la realidad virtual.





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